martes, 13 de marzo de 2012

Microrrelato 118 - Al final de las escaleras


Harry escondía un monstruo en el sótano.

Vivía allí abajo: una pátina de mugre verdosa que cubría el suelo más allá de las escaleras. Se movía lentamente, milímetro a milímetro; y, si uno acercaba la oreja lo suficiente, podía oírle respirar.

Harry la acercó. Demasiado. Por eso Harry llevaba siempre el pelo largo; prefería evitar preguntas y miradas indiscretas.

Al principio fue fácil complacer al monstruo: basura y desechos. El olor atrajo a los ratones, y éstos a los gatos. Pronto no quedó ni un solo felino en todo el vecindario. Si el monstruo no se alimentaba, reptaba escaleras arriba; un día, un escalón.

Cuando tocaron el timbre aquella mañana, la sucia alfombra, verde y viscosa, asomaba ya por debajo de la puerta. Harry la miró con desprecio mientras se apresuraba a atender la llamada.

–Buenos días, señor –le soltó a bocajarro una chiquilla que no tendría más de diez años–. ¿Quiere una caja de galletas? Son sólo tres dólares. ¿Me compra una caja, por favor?

La joven Scout hacía pucheros, ronroneaba; tenía ojos de gato.

–Está bien, está bien –concedió Harry–. Pasa y déjala en esa habitación.

La joven Scout saltaba, sonreía; era fácil de complacer. Corrió hacia donde Harry le indicaba, pero se detuvo ante las escaleras.

–Está muy oscuro ahí abajo, señor –dijo mientras tanteaba la pared–. ¿Dónde está el interruptor?

–A él no le gusta la luz.

Harry empujó a la niña escaleras abajo y cerró la puerta. No hubo gritos.

Nunca había tiempo para los gritos.






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