jueves, 8 de marzo de 2012

Microrrelato 108


Para cuando llegó arriba del todo, estaba exhausto. 

Pablo no entendía por qué el tablón de las calificaciones tenía que estar en el piso de arriba. Mientras deslizaba rápidamente su orondo dedo por la lista de alumnos, maldijo las escaleras, los tablones, las listas con decenas de alumnos, y los dedos rollizos. 

Encontró sus apellidos entre tantos otros. Suspenso. Maldijo también a las matemáticas, por inventar los treses; y a la madre de su profesor, por inventar a quien le había adjudicado uno. 

La frustración y un puñetazo en la pared rompieron el precario equilibrio de la única chincheta que mantenía la lista unida al corcho. Viendo lo que se avecinaba, el folio huyó, asustado. La chincheta, sin embargo, se tomó aquello como una invitación a jugar y, tras dos piruetas en el aire, aterrizó en el ojo sorprendido de Pablo. 

El dolor y la ceguera rompieron el precario equilibrio del estudiante, que trastabilló y cayó por las escaleras, maldiciendo al que inventó las chinchetas y los huesos rotos. 

Para cuando llegó abajo del todo, estaba muerto.








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