Jake se cruzó otro de ellos en el metro y procuró sentarse lo más alejado posible. Odiaba el color verde de su piel y los tentáculos que, desiguales y viscosos, se repartían aleatoriamente por todo su rostro, olfateando el aire y llenándolo con su hedor. Habían venido a trabajar, o eso afirmaban; muchos, como Jake, hubieran preferido que el gobierno cerrase el espacio aéreo y que todos ellos se pudriesen en su planeta de origen.
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